RULFO
Y SU VIGENCIA
Leonardo
Barriga López
“No tenía ganas
de nada.
Sólo
de vivir”
Juan
Rulfo.
Vine a Comala porque me dijeron que acá
vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que
vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo
haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes
de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy
segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino
decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después
que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Rulfo, el de “Pedro Páramo” se hallaba a
mi lado, silencioso, parecía cansado por el largo viaje. Juan José Arreola, su
compatriota, exponía el tema que debíamos abordar, fluidamente, sin que nadie
logre hacerlo callar. Germán Arciniegas,
famoso aquí y allá por su “Biografía del Caribe”, sonreía burlón; Herberto Padilla habló del tema propuesto y de los
duros años de prisión por no coincidir con el régimen de Fidel Castro; la
relatora María Esther Vásquez pugnaba por limitar las exposiciones de los
escritores que asistimos a ese Encuentro Internacional que se celebró en abril
de 1985, en Buenos Aires, mientras Delfín Leocadio Garasa, ensayaba como
Secretario de la Mesa sus mejores conocimientos taquigráficos.
Rulfo mantuvo una escaramuza verbal sin
importancia conmigo por el tema de la cultura oficial que se discutía; pero, de
allí no pasó, al contrario su silencio se transformó en la palabra amable y de
camaradería. La prensa porteña destacó la obra de aquel extraño y silencioso
autor de dos pequeños grandes libros: “Pedro Páramo” y “El Llano en Llamas”,
las más conocidas.
Quería estar solo, le conturbaba su
popularidad y el afán sensacionalista de los medios de comunicación; lejano al
mundo que lo rodeaba, como si fuese un personaje espectral escapado de su obra
mayor, cabalgando en mitad de la noche poblada de fantasmas. Tal vez presentía
su cercana muerte. (1986).
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno,
nació el 16 de mayo de 1917.
Descendiente de un aventurero español que arribó a México, su vida
estuvo plena de adversidades; la guerra cristera le dejó sin padre y sin
familiares cercanos. Su infancia la pasó
en un orfanato; años más tarde haría sus incursiones en la literatura sin
abandonar sus oficios, de viajante vendiendo llantas para automóviles y luego
como empleado en la gobernación de Guadalajara y otros sitios oficiales. Su labor más importante fuera de la
literatura fue en el Instituto Nacional Indigenista. Varios premios le fueron
concedidos. Notable fotógrafo. En 1953 aparece “El Llano en Llamas” y en 1955
“Pedro Páramo”, que lo consagrara mundialmente. “El Hijo del Desaliento” fue la
novela que nunca publicó, sólo un “avance” de su texto apareció en la Revista
Mexicana de Literatura. “El Gallo de Oro, 1980,
“En la Madrugada y otros relatos” y “Para cuando yo me ausente” (1983). En
1986 fue su ingreso final a las
páginas de su “Pedro Páramo”. Allí mora
con sus fantasmas. De acuerdo con datos del Fondo de Cultura Económica en 1980,
editorial que tenia la exclusividad para la publicación de los dos libros,
circulaban en México más de un millón de
ejemplares de sus dos libros, que, a lo que debe añadirse ediciones piratas de
la misma. La obra ha sido traducida a más de cincuenta idiomas.
Yo imaginaba ver aquello a través de los
recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre
vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo
vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio
sus ojos para ver: «Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy
hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar
se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche». Y su voz
era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre.
-¿Y a qué va usted a Comala, si se puede
saber? -oí que me preguntaban.
-Voy a ver a mi padre -contesté.
-¡Ah! -dijo él.
Y volvimos al silencio.
El Presidente argentino Raúl Alfonsín,
ese gran demócrata, nos recibió en la Casa de Gobierno, a una treintena de escritores con motivo de
la realización de la Feria Internacional del Libro y nos solicitó que actuemos
como “interlocutores válidos” en los respectivos países “sobre los problemas
económicos que se viven en el cono sur”, aspectos de la realidad económica
argentina y la búsqueda de un diálogo constructivo entre las naciones del Norte
y las del Sur.
Roberto Castiglione, quien había
dirigido el encuentro internacional y la Feria del Libro afirmó que la
situación de Argentina no es diferente a la que padecen otros países latinoamericanos,
al tiempo que destacó los esfuerzos que estaba realizando su gobierno
democrático por superar esas dificultades. Roa Bastos acotó que también en su
país se sufren los efectos de la crisis económica y que las inquietudes son
comunes en toda Latinoamérica.
Según recogió el diario “Tiempo Argentino”,
de 13 de abril de 1985: “Asistieron al encuentro entre otros el mexicano Juan
Rulfo, el uruguayo Mario Benedetti, el colombiano Germán Arciniegas, el
paraguayo Augusto Roa Bastos, el chileno José Donoso, el estadounidense Sidney
Sheldon y el ecuatoriano Leonardo Barriga López, quienes fueron acompañados por
el argentino Ernesto Sábato y por el secretario de Cultura de la nación, Carlos
Gorostiza. Concurrieron también a la reunión con Alfonsín la española Ana María
Matute, la italiana Dacia Mariani, la estadounidense Susan Sontag, la
sudafricana Elsa Jouvert, el mexicano Juan José Arreola, el ecuatoriano Gonzalo
Almeida; el boliviano Néstor Taboada Terán y Carlos Messa Gisbert, del mismo
país; el colombiano Juan Cobo Borda, el venezolano Denzil Romero, el paraguayo
Elvio Romero, la chilena Volodia Teitelboin, el soviético Julian Semionov, los
cubanos Heberto Padilla, Jorge Timossi Corbani y Eduardo López Morales, el
francés Paúl Verdevoye, el búlgaro Arjentisnky y el alemán Nowdtny.También
autoridades de la Feria del Libro encabezadas por el presidente de su comité
ejecutivo, Roberto Castiglione, quien informó a la prensa sobre los resultados
del encuentro.
Sentí el retrato de mi madre guardado en
la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara.
Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de
ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela
llena de yerbas; hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde
entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse.
Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser; porque el suyo
estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno
muy grande donde bien podía caber el dedo del corazón.
Juan Preciado, busca a su padre Pedro Páramo, llega a Comala, aquel
submundo en donde la realidad y la ficción se entremezclan en aquellas
extrañas ficciones en donde la muerte es
sinónimo de vida. Juan Preciado tiene igual destino que los habitantes de
Comala, muere sin abandonar su sino. Pedro Páramo, igual que el hijo desfallece
en la muerte, en historias en las que el
novelista interviene comunicando a la obra una estructura compleja sin una
aparente cronología, cortada en fragmentos, pero que al final confluyen en un
gran todo, que deja al lector abrumado, sumergido en aquel gran sueño rulfiano,
tratando de imaginar aquellos personajes muertos que comunican al lector extrañas
vivencias de un fatal destino en aquel pueblo abandonado. En la polvorienta
aldea solo yacen las animas de los muertos, “que murieron sin saberlo” Pedro
Paramo, el cacique es el responsable de la violencia. Yace con los demás
personajes fantasmales contando sus historias.
Gustavo Fares Profesor Asociado de
Español de la Universidad Lawrence de
Appleton, Wisconsin, en interesante estudio sobre la obra y vida de Rulfo, nos
introduce en el extraño y fatal destino de familiares del escritor, que
entiendo su memoria sirvió de base para
su obra literaria. Su padre, dice Fares, Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, fue asesinado
por la espalda en Paso Real la noche del 9 de junio. Casi todos sus tíos
paternos murieron trágicamente: Jesús en un viaje, en el barco "San
Juan", donde venía con su hermana Rosa chocó de frente con otro barco;
Jesús cedió su salvavidas a su hermana y murió ahogado. David cuando andaba a
caballo cayó y el animal le cayó encima rompiéndole los huesos. José, jefe de
Policía, fue a apaciguar a unos hombres que se hallaban en una riña, uno de ellos le vació la pistola
en el estomago. Rubén, en una fiesta, fue asesinado. Luis fue el único que murió tranquilo en su
cama. El escritor vivió con su madre en Sayula, Estado de Jalisco, hasta que
ella muere. (College Board, La
obra de Juan Rulfo http://apcentral.collegeboard.com/apc/members/courses/teachers_corner/22547.html)
“Pedro Páramo”, la obra
que llevara a la fama a este autor, resume toda una gran etapa histórica de su
país y de su propia vida, aunque él en varias oportunidades negó que fuere una
obra autobiográfica. El libro construido en el mejor estilo cinematográfico de
“flash back”, revela la etapa histórica
del México revolucionario, la angustia de sus habitantes ante la violencia y el
desamparo, con la injusticia por doquier y que solo perjudica a los de abajo,
en un mundo en donde la realidad y la ficción conviven en forma tal que el
testigo del acontecimiento pierde la noción y el real sentido del hecho en sí;
como si éste respondiera a extraños designios del destino que desencadena el
fenómeno de la vivencia humana.
Rulfo emplea varias técnicas en su
novela, ya utilizadas por Joyce, Faulkner y
Proust entre otros importantes autores, en libro que se deja leer y releer, sin
abandonarlo en su lectura. Recuérdese que Gabriel García Márquez escribió, recordando
su primera lectura de “Pedro Páramo”: ... “… Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete
pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y
corto, y me dijo muerto de risa: ”Lea esa vaina, carajo, para que aprenda”; era
Pedro Páramo… Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda
lectura; nunca, desde la noche tremenda en que leí “La metamorfosis” de Kafka,
en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi 10 años atrás, había
sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El llano en llamas y el
asombro permaneció intacto…”
Novela escrita en 67 fragmentos. Allí
están todos: Pedro Páramo, Juan Preciado, Dorotea, Eduviges, Damiana y Donis, Dolores
Preciado, la esposa del cacique; Bartolomé San Juan, el padre Rentería, revolucionario;
Susana San Juan, Toribio Alderete; Fulgor Sedaño ahorcando a Toribio. Abundio,
Florencio, el doctor Valencia, Justina. “Este pueblo está lleno de ecos tal que
estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras”.
Novela de muertos que hablan de su vida. Se divide en dos partes, recreando a
sus personajes: el diálogo en la tumba entre Juan Preciado y Dorotea; en la
segunda, la de Pedro Páramo. Mueren todos estando muertos.
El calor me hizo despertar al filo de la
medianoche. Y el sudor. El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en
costras de tierra, se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco
de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el
aire que se necesita para respirar. Entonces me levanté. La mujer dormía. De su
boca borbotaba un ruido de burbujas muy parecido al del estertor.
Salí a la calle para buscar el aire;
pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí. Y es que no había aire;
sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto. No
había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo
con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos;
hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.
Jorge Volpi, prologista de una de las
ediciones del libro asevera:
“Pedro
Páramo es una respuesta evidente y aún más: una liquidación y una puerta
abierta- a la novela de la Revolución mexicana, de Azuela a Guzmán, y a la
novela cristera, pero también representa un diálogo igualmente fructífero con
Kafka, Hamsun o Faulkner. Y, por encima de ello, la propia novela no se plantea
esta cuestión: todo aquel que se atreve a leerla, como todo aquel que decide
adentrarse en Comala, no sale indemne de la experiencia. Tras haberla leído,
tras haberla escuchado, ahora nosotros también estamos contaminados con la
muerte y ello, acaso, nos otorga una nueva vida”.
La crítica ha tenido sus puntos de vista
divergentes. Al aparecer Pedro Páramo se dijo que era una obra incompresible,
que no se la podía leer por su fragmentación e inusual sintaxis; que inclusive
se la había ayudado en su redacción por varios compañeros de trabajo, uniendo
las historias que había imaginado Rulfo, además de otros anatemas surgidos de
la pluma de sus compatriotas. Solo años más tarde, ante el éxito de Pedro
Páramo se vuelve a releer El Llano en Llamas y a destacar la literatura de este
importante autor.
De acuerdo con Françoise Perus,
especialista francesa en literatura latinoamericana, en los cuentos de “El
Llano en Llamas” y en su novela “Pedro Páramo”, Rulfo no hace literatura, sino
que genera un discurso sobre la literatura, es decir, crea literariamente, que
es una cosa distinta. Rulfo no fue un escritor improvisado y su arte narrativo
es absolutamente pensado en todas sus dimensiones e implicaciones. (La Jornada,
27 de diciembre de 2012, México)
Roberto García Bonilla, en el diario
“Siempre”, (26 de enero de 2013, México), advierte que en “Pedro Páramo”, se “evoca una obra identificada con el habla
lacónica y áspera de sus personajes; con la pérdida, la orfandad, la búsqueda,
la concentrada interioridad anímica, la violencia social y psicológica que
acompaña a la condición humana. Más que signo del ser, la muerte es una
circunstancia sempiterna del estar en el mundo ya sea un valle de los pesares o
sencillamente la inocultable compañia de la vida como trayecto terrenal y la
existencia regida por los oráculos de la memoria”.
“Ésta es mi muerte», dijo.
El sol se fue volteando sobre las cosas
y les devolvió su forma. La tierra en ruinas estaba frente a él, vacía. El
calor caldeaba su cuerpo. Sus ojos apenas se movían; saltaban de un recuerdo a
otro, desdibujando el presente. De pronto su corazón se detenía y parecía como
si también se detuviera el tiempo y el aire de la vida.
«Con tal de que no sea una nueva noche» ,
pensaba él.
Porque tenía miedo de las noches que le
llenaban de fantasmas la oscuridad. De encerrarse con sus fantasmas. De eso
tenía miedo.
«Sé que dentro de pocas horas vendrá
Abundio con sus manos ensangrentadas a pedirme la ayuda que le negué. Y yo no
tendré manos para taparme los ojos y no verlo. Tendré que oírlo, hasta que su
voz se apague con el día, hasta que se le muera su voz.»
Sintió que unas manos le tocaban los
hombros y enderezó el cuerpo, endureciéndolo.
-Soy yo, don Pedro -dijo Damiana-. ¿No quiere
que le traiga su almuerzo?
Pedro Páramo respondió:
-Voy para allá. Ya voy.
Se apoyó en los brazos de Damiana
Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó,
suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco
contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”.
La denuncia en la obra de Rulfo, la
guerra cristera y otras similares en Latinoamérica, está todavía presente; con
una reforma agraria fracasada, con un estado semifeudal del campesinado, con la
pobreza en la villa miseria, con los indigentes que pululan en las calles de la
urbe su mendicidad y desesperanza; esperando, siempre esperando, que las
condiciones de su vida cambien definitivamente.
Nuevamente recurrimos a García
Márquez quien al comentar la obra de Rulfo finaliza en su estudio: “He querido decir todo esto para terminar
diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el
camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso me era imposible
escribir sobre él, sin que todo esto pareciera sobre mí mismo; ahora quiero
decir, también, que he vuelto a releerlo completo para escribir estas breves
nostalgias y que he vuelto a ser la víctima inocente del mismo asombro de la
primera vez; no son más de 300 páginas, pero son casi tantas y creo que tan
perdurables como las que conocemos de Sófocles”. (http://www.portalalba.org/).
Rulfo es un escritor que apareció con el
siglo. Su pasión nos retrotrae a los más
elementales sufrimientos e ilusiones humanas, en un mundo silencioso y de
resignación que es el punto vital de la obra.
El mágico entorno de esos personajes que van y vienen en el tiempo,
confluyendo hacia los viejos cauces, a las raíces, en mensaje que abruma e
inquieta. Desaparecido ya por las
circunstancias del existir cotidiano, desde su creación nos asiste
iluminado. Su silencio es la voz de los
comprometidos con la tierra.
Bibliografia
Fares Gustavo, Critica Reciente
Peavler,
Terry J. "Perspectiva, voz y distancia en El llano en llamas."
Hispania 3.69 (1986): 845-52.
Roffé,
Reina. Autobiografía armada. Buenos Aires: Corregidor, 1973.
Pedro
Páramo. México: F.C. E., colección "Letras Mexicanas", 1955 (Primera
edición).
Rulfo, Toda
la obra. Colección Archivos 17. México: Centro Coeditor, 1992.
Inframundo.
El México de Juan Rulfo. México: Ediciones del Norte, 1983. Primera edición,
1980.
Barriga
López Jorge, Crónicas y Ficciones,
Volpi
Jorge, Pedro Páramo, Descripción del producto
Pedro
Páramo. Prólogo de Jorge Volpi, 2001 El
Mundo, nº 24. Col. Las 100 mejores novelas en castellano del siglo XX, nº 22
En la foto:
Reunión de
Escritores en Buenos Aires, abril de 1985. De izquierda a derecha: Leonardo
Barriga López, Germán Arciniegas y Juan Rulfo