MEMORIA
DE BORGES
Conocí al Homero mítico de
Latinoamérica, sin buscarlo. Obviamente quería verlo y saludarlo algún día de
aquellos de mi corta estadía en Buenos Aires (cinco años); digo corta por
cuanto el tiempo en aquella hermosa ciudad se ha detenido en sus calles y
jardines, en sus árboles nimbados de frescura, en sus espectáculos, en su vida
cultural, en sus librerías, en su música de tango y milonga, en su gente que
vive y muere al compás del bandeonón lejano, en sus hermosas mujeres, en su
idioma musical y mágico, en sus centros culturales y en la vida de una ciudad
que nunca duerme.
Aquel día
brumoso de invierno mire al Maestro, estaba allí con María Kodama. A ella le
había conocido en alguna exposición de pintura de las innumerables que
semanalmente se dan en Buenos Aires. Estaba degustando un café en ese lugar
acogedor, lleno de gente y de conversación. Saludé con María quien me lo presentó aquella noche. Lo sentí lejano, inquietante y misterioso;
tal vez en sus ojos sin brillo aparecía ya la noticia de su muerte
cercana. Conversamos brevemente, puesto
que no iba en pos de una entrevista ni de una fotografía con el Maestro.
Jorge Luís
Borges, nombre de universal acento, era, es, de aquellos seres casi
mitológicos, a quien los periodistas y estudiosos, no solo de su país natal, le
han dedicado miles de palabras, cientos de libros y de crónicas. Para algunos inclusive, un modo de
vivir. Cuando él dejó la vida terrestre,
hace ya casi largos seis meses, innumerable panegíricos y loas opacaron la
crítica acerba frente a la valía de quien se sentía exiliado en su propia
tierra, no por su falta de amor a las raíces, sino por la sinrazón de la
incomprensión, de la que el genio se ve rodeado. ¿Cuántas veces en nuestro país, Ecuador, no
ha acontecido lo mismo con personajes notables de nuestra cultura? Basta
recordar al “fakir” César Dávila Andrade, el poeta esotérico y relatista
iluminado, vilipendiado en vida por sus enterradores que en su muerte
recordaron ser amigos y mecenas; todos lo eran, cuando la verdad es que vivía
de mendrugos. ¿Cuántos institutos
culturales llevan su nombre?
¿Cuántas aulas
o auditorios recuerdan su figura? ¿Qué entidades culturales privadas, estatales
o filantrópicas publicaron sus obras completas? Los cuervos todavía rondan su
figura, nada pidió en vida, nada pidió a la hora de la muerte, ni siquiera
misericordia a su mano homicida. Hoy,
como ayer, se trata de ignorarlo, como a tantos. Los dirigentes de la cultura oficial no
tienen tiempo para la memoria.
Cosa
curiosa. A la muerte de Borges, su país
atravesaba por la psicosis del mundial de fútbol. Los locutores deportivos entre gol y gol
anunciaron la muerte de un hombre: “Ha fallecido en Suiza, “José (sic) Luís Borges”, “Es una noticia
importante”, y para consolarse continúo el locutor: “¡Parece mentira, ayer
falleció Benny Gorman, hoy Borges, Qué cosa, no!...” Otro locutor bien
intencionado, exclamaba, con ignorancia y urgencia del comentario que le
acercara más a la “hinchada” fanática del futbol: “Hoy ha muerto Borges, el
Maradona de los versos...”
Evidentemente
Jorge Luís Borges no era el número uno del fútbol, tampoco un músico famoso,
solo era un escritor argentino, de aquellos que la posteridad recordará por su
obras, Homero navegando el proceloso mar de la envidia y la desesperanza.
“Fui al
Ecuador...”, me dijo, “lo conozco, estuve en la Casa de la Cultura en una importante reunión de escritores y
artistas, en varios actos; había mucha gente, creo que todos querían
conocerme. Es muy posible que se
llevaran una decepción”, aseveró con modestia.
“a propósito –indagó-, ¿existe la Casa de la Cultura ? Yo guardé prudente silencio... Continuó, “en fin fue una estadía agradable y
grata. ¿Y usted Barriga, no desea tomarse una fotografía conmigo, no
trajo al fotógrafo?-”. Sonrió con
ironía, como un niño travieso.
Perdón maestro,
le dije, solo quería saludarlo. “Qué extraño es usted... replicó, dice ser
escritor y extranjero y no quiere una entrevista”.
En la Argentina digamos que
todos lo conocieron, obviamente menos que a Maradona, mas pocos lo
leyeron. El personaje era escuchado en
reuniones y disertaciones que muchas veces tenían el sabor y el acento del escándalo
por sus benevolentes o cáusticas respuestas; de allí que la crítica no siempre
le fuera favorable en las diarias incursiones de la palabra hablada.
Decenas de
libros escribió Borges en su larga vida literaria, uno de ellos, “El Aleph”,
uno sólo, cambió el esquema conceptual de la literatura contemporánea. El premio Nóbel que debió dársele nunca le
fue concedido por la
Academia Sueca , en razón, se dice, de sus declaraciones a
favor de alguno de los dictadorzuelos argentinos.
María Kodama,
la compañera de muchos años, con quien se desposara al final de su vida, a
quien el mundillo literario y social no le perdona ser la viuda del ilustre
pensador argentino, ha recogido el mensaje borgiano y lleva con entereza el
cuidado de su nombre, el recuerdo de aquel caminante iluminado.