jueves, 25 de diciembre de 2014

MEMORIA DE BORGES

MEMORIA DE BORGES

Conocí al Homero mítico de Latinoamérica, sin buscarlo. Obviamente quería verlo y saludarlo algún día de aquellos de mi corta estadía en Buenos Aires (cinco años); digo corta por cuanto el tiempo en aquella hermosa ciudad se ha detenido en sus calles y jardines, en sus árboles nimbados de frescura, en sus espectáculos, en su vida cultural, en sus librerías, en su música de tango y milonga, en su gente que vive y muere al compás del bandeonón lejano, en sus hermosas mujeres, en su idioma musical y mágico, en sus centros culturales y en la vida de una ciudad que nunca duerme.

Aquel día brumoso de invierno mire al Maestro, estaba allí con María Kodama. A ella le había conocido en alguna exposición de pintura de las innumerables que semanalmente se dan en Buenos Aires. Estaba degustando un café en ese lugar acogedor, lleno de gente y de conversación. Saludé  con María quien me lo presentó aquella noche.  Lo sentí lejano, inquietante y misterioso; tal vez en sus ojos sin brillo aparecía ya la noticia de su muerte cercana.  Conversamos brevemente, puesto que no iba en pos de una entrevista ni de una fotografía con el Maestro.

Jorge Luís Borges, nombre de universal acento, era, es, de aquellos seres casi mitológicos, a quien los periodistas y estudiosos, no solo de su país natal, le han dedicado miles de palabras, cientos de libros y de crónicas.  Para algunos inclusive, un modo de vivir.  Cuando él dejó la vida terrestre, hace ya casi largos seis meses, innumerable panegíricos y loas opacaron la crítica acerba frente a la valía de quien se sentía exiliado en su propia tierra, no por su falta de amor a las raíces, sino por la sinrazón de la incomprensión, de la que el genio se ve rodeado.  ¿Cuántas veces en nuestro país, Ecuador, no ha acontecido lo mismo con personajes notables de nuestra cultura? Basta recordar al “fakir” César Dávila Andrade, el poeta esotérico y relatista iluminado, vilipendiado en vida por sus enterradores que en su muerte recordaron ser amigos y mecenas; todos lo eran, cuando la verdad es que vivía de mendrugos.  ¿Cuántos institutos culturales llevan su nombre?

¿Cuántas aulas o auditorios recuerdan su figura? ¿Qué entidades culturales privadas, estatales o filantrópicas publicaron sus obras completas? Los cuervos todavía rondan su figura, nada pidió en vida, nada pidió a la hora de la muerte, ni siquiera misericordia a su mano homicida.  Hoy, como ayer, se trata de ignorarlo, como a tantos.  Los dirigentes de la cultura oficial no tienen tiempo para la memoria.

Cosa curiosa.  A la muerte de Borges, su país atravesaba por la psicosis del mundial de fútbol.  Los locutores deportivos entre gol y gol anunciaron la muerte de un hombre: “Ha fallecido en Suiza,  “José (sic) Luís Borges”, “Es una noticia importante”, y para consolarse continúo el locutor: “¡Parece mentira, ayer falleció Benny Gorman, hoy Borges, Qué cosa, no!...” Otro locutor bien intencionado, exclamaba, con ignorancia y urgencia del comentario que le acercara más a la “hinchada” fanática del futbol: “Hoy ha muerto Borges, el Maradona de los versos...”

Evidentemente Jorge Luís Borges no era el número uno del fútbol, tampoco un músico famoso, solo era un escritor argentino, de aquellos que la posteridad recordará por su obras, Homero navegando el proceloso mar de la envidia y la desesperanza. 

“Fui al Ecuador...”, me dijo, “lo conozco, estuve en la Casa de la Cultura en una importante reunión de escritores y artistas, en varios actos; había mucha gente, creo que todos querían conocerme.  Es muy posible que se llevaran una decepción”, aseveró con modestia.  “a propósito –indagó-, ¿existe la Casa de la Cultura? Yo guardé prudente silencio...  Continuó, “en fin fue una estadía agradable y grata.  ¿Y usted Barriga,  no desea tomarse una fotografía conmigo, no trajo al fotógrafo?-”.  Sonrió con ironía, como un niño travieso.

Perdón maestro, le dije,  solo quería saludarlo.  “Qué extraño es usted... replicó, dice ser escritor y extranjero y no quiere una entrevista”.

En la Argentina digamos que todos lo conocieron, obviamente menos que a Maradona, mas pocos lo leyeron.  El personaje era escuchado en reuniones y disertaciones que muchas veces tenían el sabor y el acento del escándalo por sus benevolentes o cáusticas respuestas; de allí que la crítica no siempre le fuera favorable en las diarias incursiones de la palabra hablada.

Decenas de libros escribió Borges en su larga vida literaria, uno de ellos, “El Aleph”, uno sólo, cambió el esquema conceptual de la literatura contemporánea.  El premio Nóbel que debió dársele nunca le fue concedido por la Academia Sueca, en razón, se dice, de sus declaraciones a favor de alguno de los dictadorzuelos argentinos.

María Kodama, la compañera de muchos años, con quien se desposara al final de su vida, a quien el mundillo literario y social no le perdona ser la viuda del ilustre pensador argentino, ha recogido el mensaje borgiano y lleva con entereza el cuidado de su nombre, el recuerdo de aquel caminante iluminado.