ATANASIO VITERI KAROLYS (1908 – 1965)
Por Leonardo Barriga López
Nace
en Latacunga, el 29 de Octubre de 1908
Fallece
en Quito, el 21 de junio de 1965.
OBRAS
El
Cuento Ecuatoriano Moderno, 1963
Marino
Azar, poesía, 1940
Temas,
1943
Cinco
Poemas y Canto a Zolá, 1944
Contienda
del Hombre y la Belleza,
1954
Pierre
Loti y Francis Jammes de Chasserríau, versión del francés, 1954
La Tierra del Cristal Oscurecida
(Epopeya del Reino de Quito, (Premio Universidad Central del Ecuador, 1956)
El
Dios Terrestre, Novela, 1960
"Poesía".
Editorial Universitaria, Quito, 1962.
PERIODISMO
Director
de la Escuela
de Periodismo de la
Universidad Central del Ecuador, en cuatro períodos
distintos.
Vicepresidente
de la Unión Nacional
de Periodistas del Ecuador, 1943.
Presidente
de la Comisión
de Libertad de Prensa del IV Congreso Interamericano de Prensa, Bogotá, 1946.
Redactor
de los Diarios: "El Día", "La Tierra", de Quito y "El
Telégrafo", de Guayaquil.
Jefe
de Prensa de la
Asamblea Nacional de 1945.
Medalla
de Oro de la Escuela
de Periodismo de la
Universidad Central, 1962.
Lo conocí
cuando me iniciaba en el camino de las letras. Había oído de Atanasio Viteri
como de un personaje un tanto misterioso y extraño; había leído sus libros;
aquel escritor me inquietaba por su aureola, por su estilo tan propio,
inconfundible.
En
1962, tenia mi primer libro listo para entrar en prensa, lo llamé
"Páginas"; necesitaba que alguien, un escritor consagrado me diese el
espaldarazo y pensé en él para que lo prologara y así fue, ese libro apareció
con las palabras iniciales de Atanasio Viteri.
Desde
aquella ocasión nuestra amistad, la del maestro y su discípulo, fue
acentuándose. Me obsequió sus obras.
"Su poesía, esta llena de alucinaciones,
casi mórbidas, son las de un mundo de exterminio, de zozobra". Me decía...
"De carcajadas de lobos". "Parece que viniera arrancando
alaridos a los personajes de 0'Neill sensuales, trágicos, oscuros"...
"Ud. Leonardo tiene expresiones agresivas. Mi juventud también conoció las
delirantes blasfemias de Lautreamont y el escepticismo seco de Barbusse.
Barbusse no me dejó ni una y grieta en el cielo para exprimir el nevado chorro
de una estrella..." Sus palabras vibraban en mi mente, las repitió en el
mencionado prólogo.
En
mis viajes a Quito, iba donde el maestro, conversábamos de la tierra, del lugar
natal, del olvido de nuestros paisanos para con los valores de ayer y de hoy;
comentábamos de política; entablamos correspondencia, le prometí dejar a un
lado mi poesía "tremendamente negra y alucinada", escribir con
optimismo, con luz, y sol; la verdad es que atravesaba yo por una etapa similar
a mis versos; mi vida estaba llena de fantasmas, presa de abismos; era difícil
superar aquel mundo mío que me llevaba irresistiblemente a la sima; a veces, hoy
me asaltan los recuerdos torturantes, me veo obligado a leer a Poe, a Barbusse,
a cualquiera de aquellos poetas sublimes y malditos.
Atanasio
Viteri me inició en esta nobilísima tarea de escribir, me dio energías para
superarme, continuar con ahínco en esto de hablar conmigo mismo de las cosas
del espíritu.
Iniciados
e iniciadores de una nueva etapa en Latacunga, con nuestro grupo, el Literario
"Galaxia", en 1963 decidimos homenajear al escritor Atanasio Viteri.
Se llevó a cabo en el Salón de la
Ciudad; su discurso nos dejó realmente asombrados por esa
forma tan suya, tan particular de despertar el interés y de decir las cosas,
por su concepto tan alto de la libertad humana. Allí tuve el honor de llevar la
palabra a nombre de mi Grupo. Aquella fecha de noviembre, fue memorable para
Latacunga, más aún para nosotros.
En
una de sus cartas, me dice: "He seguido con mucho interés las
publicaciones de "Gaceta Municipal", que Ud. dirige, en torno a
propender la veneración y recuerdo de aquellas figuras inolvidables,
desaparecidas por la muerte, y cuyas vidas fueron verdaderamente ejemplares. Me
refiero particularmente a Néstor Mogollón y Elvira Ortega, del más justísimo
recuerdo y que deben ser objeto de veneración de las jóvenes generaciones de
Latacunga en donde hasta ahora se ha dado culto a falsos valores emergidos, sin
mérito alguno, de una sociedad dominante. La juventud está en la obligación de
reivindicar la verdad".
Su
alma, su espíritu de cristal, se rebelaba ante el injusto olvido de auténticos
valores latacungueños por parte de propios y extraños.
Orgulloso
como el que más de su linaje, veneraba la memoria de sus progenitores, el
Crnel. Justiniano Viteri, héroe del Alfarismo y Dña. Cleotilde Karolis.
"La única epopeya que ha habido en mi país, digna de ser recordada por su
heroicidad y sacrificio, es la epopeya del Alfarismo, que no es lo mismo que el
falso liberalismo que se "robó" la obra de los Héroes", decíame.
Su
padre, el ilustre Crnl. Justiniano Viteri, regimentaba la ciudad de Latacunga,
como Presidente del Concejo o Jefe Civil y Militar del Alfarismo triunfante.
"Mi familia era la aventajada. Vivía aún mi padre y ya la historia
legendaria se había apoderado de su persona: desenfrenados actos de heroísmo,
tomas de cuartel concebidas con impulso instantáneo, el dispendio de la fortuna
en fiestas de Locoa o en cubrir soldadas del ejército revolucionario. Se le
arrancó del patíbulo de Folleco, acaudilló jóvenes latacungueños para liberar
de la cuerda a los apresados que iban a tener destino mortal en Quito. Vencedor
en Chasqui, su vida la consumió en el candillaje Alfarista de Cotopaxi. Como
Senador negó su voto para autorizar la colocación de una lápida infamante
contra Alfaro que la pidieron a grito desalmado: Francisco Andrade Marín,
Miguel Ángel Albornoz, Juan Benigno Vela, entre otros llamados liberales. Hace
medio siglo instaló en la ciudad de Latacunga la primera planta de luz
eléctrica cuando las otras ciudades del país sumíanse en las tinieblas.
Construyó la Casa
de Artes y Oficios (hoy Cuartel Militar), ese inmenso palacio gótico digno de
una ciudad europea" .
Hombre
de leyenda como su padre, orgulloso de sus raíces era Atanasio Viteri.
Dña.
CIeotilde Karolis, su madre, fue hija de don Juan Karolis, el primer italo -
greco que se estableció en el país. Don Juan Karolis descendía de don Adolfo de
Karolis, pintor prerafaelista,
ilustrador de las obras de D'Annunzio y Papini .
Detrás
de los cristales de sus lentes estaban unos ojos tremendamente
inquisitivos, que lo miraban todo, lo
examinaban. No muy alto, delgado, "de carnalidad casi fugitiva, pero de
espíritu extradimensional, verdadera y única envergadura del hombre",
algunas arrugas surcaban su frente, cuando hablaba de sus autores preferidos,
de los libros que gustaba leerlos con delección; cuando comentaba del mal
gobierno, su grito rebelde era imprecación sonora, fustigante para el tiranuelo
de turno; periodista combativo, perseguido por Velasco Ibarra y sus áulicos
cuando escribía en aquel gran diario, "La Tierra".
Al
hablar de Latacunga, sus ojos se le iluminaban, recordaba su niñez, Locoa, la
propiedad familiar; la muerte de los suyos, la lucha perenne por la vida, por
el futuro.
Sale
del lar nativo muy joven; lo encontramos en el colegio "Mejía", cursa
el tercer año. Escribe y lo hace bien. Sus primeros artículos están en la
revista "Germen Intelectual" bajo el seudónimo de "Antonio de
Trives"; es un alumno aventajado.
Su
amor hacia lo desconocido le impulsa para llegar al Brasil atravesando las
terribles selvas orientales y navegando el Amazonas. "De esta aventura,
con seguridad! llena de penalidades, de sorpresas desagradables y
desproporcionada para un muchacho de su edad, apenas habla Viteri, tampoco nada
ha escrito sobre ello; es como un paréntesis en su alma".
Con
Humberto Vacas Gómez, José Alfredo Llerena, y otros compañeros y amigos del
colegio "Mejía", forma el Grupo "Elan", de profundas raíces
y que luego dará el fruto deseado. Con Joaquín Gallegos Lara, Ignacio Lasso y
otros escritores funda la revista "Base".
Contrae
matrimonio con Alicia Jaramillo, mujer de relevantes virtudes, que gusta de la Literatura, que hace
poesía. Este matrimonio de Viteri dura
ocho años; la muerte se lleva a su fiel compañera.
Profesor
de Literatura del Colegio Normal "Manuela Cañizares". Sus clases son
vivo ejemplo de su talento, pone su alma, todo lo suyo; habla de los clásicos
griegos y latinos, de los autores de nuestra América indo-hispana, de los
nuestros; sus alumnas le escuchan asombradas. Es un verdadero maestro de juventudes.
Olga
Aráuz Jara, su segunda esposa, cursa el tercer año, el poeta se enamora, más
bien profesor y alumna descubren que se aman; Atanasio Viteri rehace su vida
solitaria gracias al profundo cariño de su adolescente esposa quien le
acompañará hasta su muerte, aún después de su muerte.
Ama
a la juventud de su patria, por ella daría la vida; Quito, la ciudad
cosmopolita que le brindó refugio y albergue es tan suya como la ciudad de
nacimiento; el Cotopaxi, guardián silencioso de los días de gloria para los
suyos, es el punto de contacto.
Maestro
Universitario, Director de la
Escuela de Periodismo, es admirado y respetado por sus
alumnos que ven en él una transmutación del pensamiento griego a tierras
ecuatoriales, en explosión sonora. Su alma se subleva, su voz se deja escuchar
cuantas veces, tantas la
Vieja Casona es pisoteada por la bota militar, por los
pretorianos del dictador de turno. Allí sirve por más de doce años; su
especialización es la cátedra de Literatura, tiene título de profesor de Educación
Superior.
Recorre
Europa: Italia, Francia, Portugal, Alemania; se nutre de esperanza; sigue tras
la huella de los artistas y escritores europeos famosos; visita museos y
teatros; conoce la bohemia de la
Ciudad Luz, París; sus ojos y su mente captan el muro de la
infamia en el Berlín invadido, repartido, marginado, por quienes tienen hoy el
destino del mundo entre sus manos, los imperialismos de Oriente y Occidente;
conoce los grandes hornos crematorios en los campos de concentración de
Auschwitz, en donde perecieron en genocidio brutal varios millones de judíos a
manos de aquel sanguinario y loco, Adolfo Hitler; las ciudades están
reconstruyéndose, todavía está fresca la huella de la guerra exterminadora.
Atanasio
Viteri se subleva, impreca con santa rebeldía en las conferencias que dicta en la Universidad de París
(Sorbona) con auspicio de la Unesco. Al Uruguay va en calidad de alumno
becario, pero muy pronto está dictando sus conferencias como profesor de la Universidad de
Montevideo, en la especialización de Literatura Universal. Tal es su valía, que
de alumno, dicta conferencias como profesor a becarios de diferentes países.
Triunfa
la revolución en Cuba, Fidel Castro entra como salvador en La Habana; Viteri es invitado
al igual que otras personalidades ecuatorianas para observar y empaparse de la
revolución que derrocó al tiranuelo Batista.
En
su segundo viaje a Europa (1963), es invitado por el gobierno de Alemania
Federal. A los 22 días regresa al Ecuador, en forma imprevista por su precario
estado de salud que degenera un año más tarde en ceguera total, consecuencia de
su diabetes crónica, estado del que se recupera mediante una delicada operación
quirúrgica y gracias a los cuidados de Olga Aráuz, mujer excepcional que supo y
sabe valorar al maestro y esposo con singular devoción. Realmente ella, joven y
en plenitud de belleza constituye la piedra angular Atanasio Viteri; sin ella,
sin su cariño y comprensión, el andamiaje se hubiera derrumbado y el gigante
habría perecido prematuramente en el rudo combate.
Miguel
Ángel Zambrano, César Dávila Andrade, aquel otro gran poeta que hace poco
tiempo entró a la inmortalidad; Carlos Bravo Malo, Eduardo Kigman, Alfredo
Chávez, Alejandro Carrión, Diógenes Paredes, Humberto Mata Martínez, Jorge Fernández,
son entre otros, compañeros de generación y de alucinada bohernia, y en donde,
Atanasio Viteri es más Atanasio Viteri; a veces cruel, el "Satanasio"
de "el sitio de los clavos cristianos"; otras veces es su alma pura y
sensitiva, de fragilidad de cristal, pronta a romperse, a quebrarse en mil
pedazos en medio de la noche.
Los
pobres siempre le contristan, defiende sus derechos, a veces les proporciona
alojamiento en su hogar, no por piedad ni por falsa humildad cristiana, sino
porque él es así. Piensa en los suyos, en los jóvenes hijos, en los niños
pequeñísimos de su segundo matrimonio y todo en él se rebela.
Fuerte
de carácter, altivo como buen latacungueño, en el fondo no es más que un
iluminado, una especie de derviche que busca desesperadamente la verdad en la
belleza, la encuentra, la tiene en sus
manos y la transmuta, y los libros, recios, salen con lenguaje sonoro,
remozado; la poesía corre galopante, el relato se nutre de las raíces
primigenias de nuestra racionalidad, el "Dios Terrestre" es el amo,
el de vidas y haciendas, todavía fustigante con el indígena de nuestra
serranía.
Su
producción es amplia, escribe poesía, ensayos de literatura y arte; hace
periodismo ágil, combativo, es un verdadero intelectual humanista, no un
intelectual de ocasión, al servicio del que mejor paga para deshacerse en
elogios alrededor de una figura escapada de diarios o revistas.
Su
poesía es piafante, galopante como un caballo que se escapa; desecha los viejos
moldes prefabricados, escribe con estilo claro, incisivo, clásico; las
metáforas e imágenes poéticas danzan en sus libros en prosa, es un artista; las
expresiones sonoras tienden la épica; "único cantor de la epopeya
aborigen" le llama Jorge Carrera Andrade. Poesía de hombre que tiene sus
dos pies en tierra, no hace poesía de sacristía.
"Bello
Fraile, bendito el giro de tu mano
(que
forma una guirnalda,
cayado
robusto sobre una manada dulce de ovejas;
en
tu celda agujereada con ventanucos redondos
(un
dado de cal
tienes
un cristo desnudo y una botella de whisky.
Para
tu hartazgo de lujuria, para este sol tu
(ves
los tejados dardeados de la
(ciudad
como
las piernas de una danzarina...
Padre
Bermejo le tumbaste a ella junto al Cristo,
La
celda tenía un olor de ceras y polvo vasto".
Rafael
Cansinos Assens dice del poema "La
Hija del Buen Pastor", fragmento del cual se transcribe:
"Un estupendo poema, bravo, moderno, de Atanasio Viteri, que hará que
retengamos el nombre de este poeta, sin duda joven" (1944).
Este
poema le valió a Viteri una furibunda crítica, por su temática. Las beatas y
los hipócritas que abundan en este país, le lanzan dardos emponzoñados que no
llegan al poeta, está muy alto. Comentarista y crítico de escritores franceses,
traduce impecablemente del francés a Frederic A. Chasseriau de su obra
"Pierre Loti y Francis Jammes".
Su
estilo es único, inconfundible, propio. Su primera obra la publica en 1936:
"El Cuento Ecuatoriano Moderno", ésta le siguen una decena. Su última
publicada es "Poesía", en 1962.
Combatiente
socialista, "demócrata", se autotitula. Rebelde como su ilustre
antecesor, fustiga a los enemigos de la Libertad y de la Democracia. Empezó
a escribir un libro sobre los partidos políticos del Ecuador.
Planeaba
viajar a España en 1964, iba como Adjunto Cultural a la Embajada nuestra en
Madrid; todo estaba listo, inclusive su nombramiento; lamentablemente para el
país, uno de los lacayos de la última dictadura militar, "de bigote y
medias verdes" se opuso a que Viteri vaya. Posiblemente leyó el poema "La hija del Buen Pastor", buscó
en las ideas de Viteri y encontró que eran opuestas diametralmente al
pensamiento suyo y al de los dictadores. Que bien hubiese estado representado
nuestro país con Atanasio, no sólo en el cargo de Adjunto Cultural, sino de
Embajador o de Ministro de Estado. Cosas de nuestra política: al zapatero le
hacen diplomático, al intelectual le dan oficio de sastre...
Luego,
aquel paréntesis siniestro de su ceguera. Viteri atraviesa por una serie de
crisis, por una postración psicológica tremenda. "La vida a este precio no
vale la pena" dice a su esposa; diez, doce inyecciones diarias atormentan
su cuerpo casi fugitivo; pastillas, píldoras, antibióticos, insulina, se
combate la diabetes. Atanasio sale triunfante.
Ya
puede ver, dedicarse a leer, escribir Piensa dedicarse íntegramente a su
profesión de escritor ya que la cátedra en la universidad la abandona para
acogerse a la jubilación.
A mediados de 1965, enferma nuevamente, un
fuerte resfriado degenera en congestión pulmonar; luego peritonitis unida a la
diabetes que le ataca de nuevo tenazmente. Atanasio Viteri prepara su equipaje
para el largo viaje.
Sabe
que está próxima la hora de su muerte; hoy le interesan más que nadie, más que
sus libros, los suyos, sus pequeños, su dulce mujer. "Todas estas gentes
están desesperadas por llevarme a los infiernos", dice a Olga Aráuz, que
no se mueve del lado de su marido agonizante; dicta sus últimas disposiciones
con serenidad pasmosa, propia de él, y el cuerpo del poeta, de aquel
"clásico de la lengua española" como le llamara el brasileño
Guillermo Figuereido, atraviesa el gran lago de Caronte, llevando como bagaje
sus libros, la memoria de los suyos, el amor incandescente a la tierra natal,
el respeto y la amistad de todos cuantos nos preciamos de conocerlo y de ser
sus amigos.
Viteri,
digno discípulo de Zenón, estoico cómo el griego, arrebata del cielo su luz y
entra con paso decidido y firme a "La Tierra de Cristal Oscurecida"...
Leonardo Barriga López, VALORES HUMANOS DE COTOPAXI, Editorial de la
Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito 1968.